sábado, 30 de octubre de 2010

Lo que queda de Galway: "haute cuisine".

El departamento batidor de huevos, en plena faena.
Antes que nada, siento el retraso de la entrada del sábado. Intenté bilocarme para no faltar a la cita, pero aún no domino -¡ni poseo!- ese don. Volvemos esta vez con algunas cosas de Galway, ya que estando allí funcionábamos en régimen de supervivencia y no había mucho tiempo para entrar en detalles, cargar vídeos, etc. Una de las cosas que nos dejamos atrás fue explicar cómo funcionábamos en la cocina. (Aprovecho para decir que también nos dejamos atrás el móvil de Jesús en el hostal). El hostal tenía una capacidad para alojar a unas doscientas personas. Las habitaciones tenían lo mínimo que necesita un lugar pensado para ser "centro de operaciones", así que estaban muy lejos de las comodidades de cualquier hotelillo. Por eso, en general el perfil del usuario del hostal era el de gente joven irlandesa, estadounidense, francesa, alemana, española, etc.. Cada cual podía hacerse su comida en la cocina-comedor. Había varias vitrocerámicas, hornos, tostadoras, neveras, etc.  y despensas donde guardar tu propia comida. Cada cual tenía que buscarse la vida para encontrar su propio hueco y también su momento para cocinar. Nuestro despliegue era tan grande que no nos valía con tener un fuego disponible, necesitábamos más espacio vital para poder funcionar. Aquí fue cuando nos dimos cuenta de que si seguíamos el horario español no íbamos a coincidir con nadie en la cocina salvo con alguien que llevara retraso. Es la ventaja de comer a las dos y media y cenar a las nueve de la noche.


Otros detalles que pudimos comprobar son los relativos a la comida centroeuropea, donde el totalitarismo de la verdura hervida gobierna las mesas de los ciudadanos de una manera despótica. La presencia del curry y la mantequilla no responde a ningún tipo de coalición con las verduras, sino a una liberalidad que  se permiten las zanahorias, brócolis y guisantes que están en el poder. 



Sin ánimo de establecer comparaciones, me parece que cocinar tres tortillas de papas como Dios manda, en tal contexto, fue un golpe de estado en toda regla. Verduras y consumidores se quedaron ojopláticos, gracias también al queso de San Mateo que nos mandaron los padres de Adrián (¡muchas gracias!) Más tarde, como nos sobraron algunas lascas de queso, le ofrecimos a una familia francesa, para ayudarles a abrir sus mentes y vieran que el bon fromage existe más allá de las fronteras de la France.  Lo aceptaron muy agradecidos, lo cual ya es un paso.

Creo que lo que mejor nos sintió a todos fue volver a oler, después de tantas semanas, la fragancia del aceite de oliva que burbujea en la sartén con las papas. Una señora francesa se acercó a preguntar por lo que estábamos haciendo, y nos dijo que a ella le encantaba la tortilla española con cebolla. Por suerte no volvimos a verla y así tocó a más. A un español que andaba por ahí un poco "colgado" le ofrecimos una tapita, para que se repusiera de las contrariedades que trae estar lejos de casa.
Ahí está ella: oronda, dorada y con brochazos tostados.
Por otro lado, si alguien se planteaba cuestiones de escrúpulos por nuestros procedimientos en ocasiones poco ortodoxos, rápidamente resolvíamos la duda acudiendo a algún punto de referencia. Muchas veces, al grito de "lo que no mata engorda", seguíamos adelante. Cuando esta máxima no era aplicable, había que acudir a otras fuentes. En nuestro caso, yo pensaba: "¿Cómo haría esto Jamie Oliver?" Y entonces actuaba. Afortunadamente, creo que Jamie hubiera dado su aprobación y apoyo a lo que hacíamos: las cosas no tienen por qué estar parejas; apreciar el encanto de cómo queda la comida tal y como cae; manos, con sus diez dedos, para qué les quiero, y un largo etcétera. 


En fin, así transcurrían nuestros momentos gastronómicos en Galway. Nada del otro mundo, aunque cuando se trata de cocinar para catorce, todo se hace más divertido: ¿cómo hacer para que todos coman caliente a la vez? ¿Qué cantidades hacemos? ¿Los puñados de sal en la comida es proporcional a la comida con la que se cocina o sigue otros parámetros? ¿Qué pasa si la capacidad de las perolas y sartenes no da para las cantidades de comida que manejas?  ¿Cómo poner a trabajar a una cuadrilla de pinches sin que se dejen media papa en la piel al pelarla, sin que se corten, sin que dejen un reguero de restos de comida a su alrededor, y sin que se coman lo que cocinan antes de tiempo? Estos y muchos otros retos los pudimos resolver según se nos iban presentando. Una prueba de ello es que hemos vuelto a casa sin síntomas de anemia ni afecciones estomacales. 
Esperamos que disfruten tanto de los vídeos como nosotros de esos momentos. From Ireland we write!

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